Exposición

T4

24 de Abril de 2025 a 6 de Enero de 2026

Sala T4

Comisariada por Jimena Blázquez Abascal

«Si me queréis, ¡irse!» Lola Flores, España, 1983

La mirada es un puente entre lo visible y lo imaginado, un acto que no solo contempla, sino que crea. Mirar es llenar los vacíos con lo que deseamos, con aquello que sabemos que nunca llegará, pero que siempre está presente. En «Me duelen los ojos de mirar sin verte», Ana Segovia (Ciudad de Méjico 1991) nos invita a habitar ese espacio entre lo visto y lo ausente, donde la ausencia no es carencia, sino un eco que resuena en el centro de cada mirada. Inspirada en la película Pena, penita, pena (1953, Miguel Morayta), Segovia construye una narrativa visual a través de sus pinturas, en la que los personajes miran hacia un escenario vacío, buscando a Lola Flores, no para encontrarla, sino para llenar su ausencia con la fuerza de la imaginación. Sus ojos fijos en lo inalcanzable, sus espaldas ofrecidas al público convierten al espectador en un testigo de aquello que nunca llega, pero que nunca deja de estar.

Los planos cinematográficos, y más concretamente los del cine de oro español, inspiran tanto la estructura de la exposición como la estética de esta propuesta. Segovia subvierte esta lógica cinematográfica al incorporar lo escenográfico dentro del espacio expositivo, convirtiendo al público en un protagonista activo dentro de la composición. Donde el cine clásico utilizaba primeros planos para capturar la emoción y dejaba el encuadre vacío como un espacio de ausencia, aquí el espectador se enfrenta a un escenario construido en capas, atravesado por un juego de cortinas que fragmenta la mirada y desvela gradualmente diferentes planos visuales. Este recurso, que remite a la teatralidad barroca y a la gramática del cine, refuerza la tensión entre lo visible y lo oculto, evocando lo que Slavoj Žižek (Liubliana, 1949) describe como la potencia del «fuera de campo»: aquello que no se muestra directamente, pero que organiza y define todo lo demás. Así, la pintura de Segovia se extiende más allá del lienzo, transformando la experiencia del espectador en una sucesión de revelaciones, donde la ausencia y la presencia se construyen en un juego constante de veladuras y descubrimientos.

La pintura de Ana Segovia se inscribe en una estética donde el claroscuro se convierte en una herramienta expresiva que va más allá de la luz y la sombra: es el espacio donde la ausencia y la presencia dialogan. La paleta en esta serie de pinturas, dominada por ocres y tierras, recuerda la solidez matérica de la pintura barroca, donde la luz emerge desde la profundidad del color, modelando los cuerpos y dotándolos de un peso casi escultórico. Los tonos terrosos son atravesados por estallidos de color inesperados: rosas ácidos, amarillos incandescentes que parecen vibrar sobre la tela, rompiendo la penumbra con una intensidad casi irreal. Este contraste, propio del tenebrismo, pero subvertido por su sensibilidad contemporánea, no solo ilumina los pliegues de la ropa o el contorno de una oreja con un dramatismo coreografiado, sino que refuerza la sensación de lo espectral, de lo que está y al mismo tiempo se desvanece. Como en la pintura barroca, donde la teatralidad de la luz dirigía la mirada hacia lo esencial, en Segovia la luminosidad exacerbada de ciertos detalles obliga al espectador a detenerse en lo que normalmente pasaría inadvertido, convirtiendo cada fragmento en un escenario en sí mismo.

En los cuadros, el escenario vacío se convierte en el núcleo de la narrativa, un espacio cargado de tensión donde la ausencia toma forma. Los personajes, con miradas que transmiten deseo, frustración y una devoción casi religiosa, contemplan un punto donde Lola Flores debería estar, pero no está. Sin embargo, su ausencia no es un vacío mudo, sino una presencia latente que domina la escena sin necesidad de mostrarse, como si el acto de mirar la hiciera reaparecer en cada observación. En este juego de ausencias y presencias, Segovia no solo reflexiona sobre el acto de mirar, sino que lo convierte en el centro de la experiencia. Sus personajes, situados de espaldas al público, refuerzan esta idea al transformar al espectador en un testigo externo, un intruso que observa a quienes observan. A través de este dispositivo, la pintura se vuelve performativa, desplegando una coreografía de miradas donde lo visible y lo imaginado se entrelazan. La ausencia de Lola Flores no es una carencia, sino un eco que resuena en el espacio pictórico, un vacío que no deja de estar presente.

El folclore andaluz, con su teatralidad inherente, proporciona el marco emocional de esta propuesta. La copla y el flamenco, profundamente performativos, no solo expresan emociones; las dramatizan, las convierten en símbolos. Lola Flores, como figura central de esta tradición, no era solo una intérprete, sino un ícono cuya presencia trascendía el escenario. En Pena, penita, pena, su figura era el epicentro de la narrativa; aquí, su ausencia amplifica su significado, transformándola en un mito que habita tanto en lo visible como en lo imaginado.

La teatralidad barroca, con su juego de perspectivas y su fascinación por lo que no se ve construyen la serie de pinturas de la exposición. Al dar la espalda al público, los personajes de Segovia invitan al espectador a ocupar el lugar de lo ausente, a enfrentarse a la tensión de mirar sin ser mirado, de contemplar una escena cuyo significado siempre queda fuera de alcance. Este juego de perspectivas crea una coreografía de miradas donde el vacío no solo se observa, sino que se llena con las proyecciones de quienes lo contemplan.

«Me duelen los ojos de mirar sin verte» no es solo una exposición sobre la ausencia, sino sobre lo que esa ausencia genera. Al enfrentarnosa un escenario vacío en el que los personajes contemplan lo inalcanzable, Segovia convierte el acto de mirar en una experiencia profundamente activa. Aquí, el vacío no es silencio, sino un espacio donde el deseo, la memoria y la imaginación se encuentran. Como en el cine y en la vida, lo que no está presente define lo que sí está, recordándonos que la ausencia no es un vacío, sino una forma de presencia que nunca deja de resonar.

Imágenes

Vista de sala de la exposición Ana Segovia. Me duelen los ojos de mirar sin verte. Foto: Rafael Carmona

Ana Segovia. Me duelen los ojos de mirar sin verte. Closeup I. Foto: Rafael Carmona

Ana Segovia. Me duelen los ojos de mirar sin verte. Closeup II. Foto: Rafael Carmona

Ana Segovia. Me duelen los ojos de mirar sin verte. Closeup V. Foto: Rafael Carmona

Ana Segovia. Me duelen los ojos de mirar sin verte. Closeup XII. Foto: Rafael Carmona

Vista de sala de la exposición Ana Segovia. Me duelen los ojos de mirar sin verte. Foto: Rafael Carmona

Ana Segovia. Me duelen los ojos de mirar sin verte. Closeup VII. Foto: Rafael Carmona

Martes a sábado. De 11:00 a 20:00 h.*
Domingos y festivos. De 11:00 a 15:00 h.*
*El desalojo de las salas comenzará 15 minutos antes del cierre

Martes a sábado. De 11:00 a 20:00 h.*
Domingos y festivos. De 11:00 a 15:00 h.*
*El desalojo de las salas comenzará 15 minutos antes del cierre